Dicen que amamos lo que no tenemos y que echamos de menos lo que nunca tuvimos. Algo así como que en lo más profundo de nuestro ser siempre queremos más o aspiramos a mucho más de lo que tenemos. El ser humano es ambicioso por naturaleza, nos hace falta "algo", pero ¿qué demonios será? La insatisfacción es algo inherente a nuestro espíritu.
La pena es que cuando se satisface o se cumple nuestro objetivo, esa sensación de bienestar no dura toda una vida, es más, no dura ni dos minutos. Volvemos a sentirnos deseosos, inquietos, nerviosos, pensando en cuál será nuestra próxima jugada, nuestro próximo penalti.
¿Quizá sea porque no era lo que andábamos buscando?
¿Sólo era pues una ilusión, un reflejo de nuestro fuero interno?
Somos seres de proyectos, propósitos y voluntades, así, necesitamos, dependemos de un fin que justifique los medios para poder seguir combatiendo.
La suma de todos esos pequeños actos de satisfacción momentánea constituyen la integral o suma general de lo que conforma nuestra búsqueda de la felicidad en la vida.
No existe un Valhalla, un paraíso final, ni un remanso de paz espiritual.
Es decir, no hay una cima de felicidad y gloria absoluta. Puesto que, al fin y al cabo, ¿no es todo relativo en esta puta vida?